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Octubre 2017
Octubre 2017

En vuestro cupo seguro que también hay algún paciente sordo

Andrea Martínez Baladrón

Residente de Medicina Familiar y Comunitaria CS de Porriño. Pontevedra

Andrea Martínez Baladrón

Residente de Medicina Familiar y Comunitaria CS de Porriño. Pontevedra

La primera vez que traté con un paciente sordo (que no sordomudo) fue durante la carrera, en las prácticas de Traumatología. La hermana de la paciente hacía de intérprete. Hasta que el residente de Traumatología le pidió que saliera. Teníamos que poner un yeso a la fractura de Colles de la paciente y era costumbre mandar salir al acompañante. La paciente me hacía gestos (ahora sé que eran signos), pero yo no entendía nada. Recuerdo que me angustió sentir que no podía transmitirle calma. Fui la encargada de tirar de sus dedos mientras el residente colocaba el yeso correctamente. Y ni siquiera pude explicarle qué íbamos a hacer y por qué. La paciente se quejó como pudo ante el dolor que le estábamos produciendo. Y cuanto más se quejaba, más angustiada me sentía. Es nuestro deber reconfortar a los pacientes en la medida de lo posible, y ese día sentí que había fracasado.

 

Fue ese el motivo que me llevó a querer estudiar lengua (que no lenguaje) de signos. Y algunos años después, cuando ya era residente de segundo año de Medicina Familiar y Comunitaria, me matriculé por fin. No solo nos enseñaron el abecedario de la Lengua de Signos Española, o a signar saludos y vocabulario diverso, sino que nos mostraron cómo era la vida de un sordo, a qué dificultades tenía que enfrentarse día a día, al aislamiento que podía llegar a padecer por carecer de ese sentido tan preciado. Y uno de los problemas era, precisamente, tener que acudir al médico.

 

Justo mientras hacía el curso, tuve mi rotación en Otorrinolaringología. Precisamente, pensé, sería una de las especialidades más sensibilizadas. Al fin y al cabo, suponía que allí irían muchas personas sordas. Pero me equivoqué. Mi tutor no solo desconocía la lengua de signos, sino cualquier cosa que tuviera que ver con cómo tratar y dirigirse a una persona sorda. Recuerdo que el médico se dirigía exclusivamente a la madre del paciente, dejando totalmente al margen al verdadero paciente, girándose incluso de forma que el paciente no podía leer sus labios. Tímidamente al principio, y con más fluidez posteriormente, intenté explicarle al paciente de qué iba la conversación, que tanto tenía que ver con él pero en la que tan poco lo estaban dejando participar. Recuerdo el brillo en los ojos del paciente cuando signé «sé hablar un poco de lengua de signos». Recuerdo sus manos, veloces, queriendo comunicarse de forma ávida, y yo pidiéndole que signase más despacio porque era muy novata. Recuerdo su cara de felicidad al irse, sabiendo que a continuación tenían que pedir una cita en la planta baja con el papel que llevaba en la mano. El signo «gracias» repetido hasta la saciedad.

 

Alfabeto dactilológico español. Fotografía realizada por AZ.lengua de signos

La siguiente experiencia tampoco fue buena. La rotación era en Obstetricia, y la paciente sorda hablaba perfectamente, incluso modulando la voz. Leía los labios a la perfección y acudía sola a la consulta, sin necesidad de intérprete. Lo único que le pidió al médico es que le hablara siempre de frente para poder leerle los labios. Recuerdo la terrible conversación que tuvo lugar:

 

—¿Eres sorda de nacimiento?

—No. Fue por un medicamento que me dieron de pequeña.

—¿Y tu marido es sordo?

—No.

—¡Ah! Qué bien, así tu hijo no será sordo.

 

Lo peor de todo fue darme cuenta de que mi tutor no tenía ni idea de lo que acababa de decir. Y eso no fue lo más desagradable, sino que en un momento dado se giró hacia mí y se tapó la boca con las manos para que la paciente no pudiera leerle los labios. No recuerdo lo que me dijo, creo que ni siquiera escuché lo que pretendía decirme. Lo que sí recuerdo es la mirada de la paciente, que con los ojos me decía que aquello era duro, pero que estaba acostumbrada porque había pasado por situaciones similares millones de veces. Y era su mirada la que me lo decía, su expresión. No siempre hacen falta palabras para comunicar.

 

Por suerte, no todas las experiencias fueron negativas. Cuando hace unos meses empecé a pasar la consulta de mi tutor en el centro de salud, resultó que en el cupo había una paciente sorda que conocía la lengua de signos. Todavía tengo grabada en mi mente su mirada de sorpresa y alegría cuando la saludé signando «buenos días». No cabía más gratitud en la consulta. Me costó (y aún me cuesta) ganarme la aceptación de los pacientes de mi tutor, que me ven muy joven y están demasiado acostumbrados a él. Pero a esta paciente me la gané con un simple «buenos días».

 

Siempre he pensado que para ser buen médico hace falta mucho más que conocimientos teóricos. Y una parte de ese «mucho más» es la comunicación con el paciente. Nos enseñan la escucha empática, la asertividad... Pero no nos enseñan cómo dirigirnos a un paciente sordo para explicarle su patología ni cómo no faltarle al respeto.

 

Ni nos enseñan cómo decirle «buenos días».

 

No creo necesario que todos los médicos aprendan lengua de signos, evidentemente, pero sí veo imprescindible tener en cuenta a este colectivo, empatizar con lo duro que debe de ser estar incomunicado, sensibilizarse con ellos, y tenerlos en cuenta a la hora de explicar lo que les ocurre. Con gestos y miradas podemos transmitir mucho más de lo que creemos.

AMF 2017; 13(9); 2125; ISSN (Papel): 1699-9029 I ISSN (Internet): 1885-2521

Comentarios

Alejandro 18-04-18

Eres un buen ejemplo a seguirFelicidades

Federico Alberto 21-11-17

Gracias. Pones enfrente una falta de sensibilidad de la que no somos conscientes.

Neus 20-11-17

Muchas gracias por compartir tu sensibilidad y empatía y por ayudarnos a mejorar. Un abrazo

Julian 20-10-17

Precioso artículo. Enhorabuena!