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Abril 2012
Abril 2012

¿Gastamos demasiado... o gastamos mal?

Juan Simó Miñana

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria CS Rochapea. Pamplona. Navarra

Juan Simó Miñana

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria CS Rochapea. Pamplona. Navarra

Puntos clave

  • En las últimas décadas nuestro gasto sanitario público ha aumentado menos que el privado, y se mantiene sustancialmente por debajo de la Europa desarrollada.
  • La Atención Primaria es la partida que menos ha crecido en los últimos 25 años; la especializada ha crecido un 20% más que la Atención Primaria y su peso dentro del gasto sanitario público ha aumentado en los últimos 10 años. En cambio, nuestro gasto sanitario ambulatorio privado es de los más altos de Europa, mientras el gasto privado hospitalario es de los más bajos.
  • Las comunidades autónomas más ricas gastan más per cápita en atención especializada, farmacia hospitalaria y administración general. En cambio las más envejecidas gastan más en Atención Primaria y farmacia de receta. Todo ello sin que exista asociación entre riqueza y envejecimiento poblacional.
  • En comparación con la Europa desarrollada, hemos gastado en sanidad pública durante las últimas décadas siempre por debajo de lo que nuestra renta nos permitía, y el crecimiento de nuestro gasto sanitario público respecto del crecimiento de nuestra riqueza no muestra diferencias relevantes en relación con este grupo de países. Y todo ello,. manteniendo durante los últimos 15 años unos indicadores de salud poblacional superiores a la mayor parte de los países europeos.
  • No existe, pues, base racional para considerar que el gasto sanitario público español se haya situado por encima de nuestras posibilidades económicas, ni mucho menos que forme parte de las causas que han conducido a la crisis económica actual.

Introducción

Probablemente, los tres factores más determinantes del crecimiento del gasto sanitario en los países desarrollados sean el nivel de riqueza (Producto Interior Bruto [PIB] per cápita)[a], la innovación tecnológica y el envejecimiento poblacional1,2. La riqueza es el más importante pues es la variable con mayor poder explicativo de las diferencias encontradas en el gasto sanitario per cápita entre los países durante las últimas décadas3-5. Por otro lado, y especialmente durante los últimos años de crisis económica, nuestros responsables sanitarios nos ofrecen declaraciones relacionadas con la «insostenibilidad» de nuestro sistema sanitario y con el carácter «de lujo» que lo adorna 6,7. ¿Hemos tenido durante las últimas décadas un gasto en sanidad pública que no nos podíamos permitir por nuestro nivel de riqueza como país? Nuestro gasto sanitario público y nuestra riqueza han crecido durante las últimas décadas y se han aproximado al promedio de los países europeos más desarrollados. ¿En qué medida se ha producido esa aproximación? ¿Qué se ha aproximado más a Europa, nuestra riqueza o nuestro gasto sanitario? El incremento de nuestro gasto sanitario público, ¿ha corrido paralelo al aumento de nuestra riqueza, ha sido mayor, o ha sido menor? ¿Existen diferencias en estas cuestiones cuando nos comparamos con otros países de nuestro entorno? Antes de intentar responder a ello se describirán los rasgos más importantes de nuestro gasto sanitario.

 

Evolución del gasto sanitario durante las últimas décadas

Actualmente, poco más del 70% del gasto sanitario español es público, y privado casi el 30% restante8. Según la Estadística del Gasto Sanitario Público (EGSP)9, la parte pública del gasto sanitario español se distribuye en varias partidas o rúbricas funcionales. La Atención Primaria (AP), la atención especializada y la farmacia de receta son las tres principales pues representaron, en 2009, respectivamente, el 15,4, el 55,5 y el 19,1% del gasto sanitario público. La EGSP incluye el gasto en farmacia hospitalaria sin desagregar dentro del gasto en atención especializada por lo que no es posible su identificación y aislamiento certeros, aunque se estima que en 2010 alcanzó el 10% del gasto sanitario público10. Las tres principales partidas funcionales suman el 90% del gasto sanitario público. El 10% restante incluye otras partidas como la salud pública, la administración general, los gastos de capital, etc.9. Pero estos porcentajes no han sido siempre así. La figura 1 muestra la evolución de estos desde 1960 hasta 2009, e ilustra bien la pérdida continuada del peso de la AP dentro del gasto sanitario público.

Tampoco ha sido siempre igual el peso del sector privado en el gasto sanitario español. Nuestro gasto sanitario privado rondaba el 20% del gasto sanitario total durante la década de 1980, y se situaba en la media de los países europeos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Sin embargo, el gasto sanitario privado creció más que el público durante la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, hasta alcanzar el 28,2% del gasto sanitario total en 2007 (4 puntos porcentuales más que el promedio europeo)11.

 

Según la base Health Data 2009 de la OCDE11, la Encuesta de Presupuestos Familiares12, y el Ministerio de Sanidad8, la mayor parte del gasto sanitario privado español es de tipo ambulatorio. La base de la OCDE ofrece datos al respecto para España desde 1995. Frente al promedio de los países europeos desarrollados, los españoles gastan cuatro veces más dinero de su bolsillo en atención sanitaria ambulatoria privada que en privada hospitalaria (tabla 1). En especial, el gasto ambulatorio privado ha crecido tanto que se ha convertido, incluso en términos per cápita (dólares estadounidenses por paridad de poder adquisitivo[b]), en uno de los mayores de Europa, mientras que la parte hospitalaria es de las más bajas (tabla 1). Algo comprensible si tenemos en cuenta que desde el inicio de la reforma de nuestra AP en 1984 hasta 2008 todas las partidas funcionales del gasto sanitario público aumentaron su presupuesto más que la AP: el gasto en atención especializada, un 20% más; el gasto en farmacia de receta, un 46% más; el gasto en salud pública, 15 veces más; el gasto en servicios colectivos de salud, un 52% más; el gasto en otras prestaciones sociales, un 70% más, y el gasto de capital, un 70% más13). De este modo, durante la década de 1990 el gasto en atención especializada como porcentaje del PIB consiguió situarse en el promedio europeo, con un gasto per cápita acorde con nuestra renta. El gasto farmacéutico de receta alcanzó y superó también entonces esos indicadores. Pero la AP se situó desde entonces en el epicentro de la infrapresupuestación relativa de la sanidad pública española respecto a Europa14.

 

Relación del gasto sanitario público con la riqueza y el envejecimiento poblacional en España

La riqueza es la variable con mayor poder explicativo de las diferencias en el gasto sanitario per cápita exhibido por los países. ¿Ocurre lo mismo en nuestra sanidad pública cuando desagregamos hasta el ámbito de las comunidades autónomas (CCAA)? ¿Se asocia la riqueza de las CCAA a las diferencias en el gasto sanitario público que pudieran existir entre ellas? Durante las últimas décadas el poblacional ha sido el criterio utilizado para el reparto de los fondos públicos destinados a sanidad entre las CCAA. A partir de 2002, se añaden dos criterios más, el envejecimiento poblacional (porcentaje de población de 65 o más años) y la insularidad. El peso del criterio poblacional se fijó entonces en el 75%, el del envejecimiento poblacional en el 24,5% y el de la insularidad en el 0,5%15. La EGSP9 ofrece datos desagregados por CCAA desde 1995, lo que ha permitido aproximarse a la relación entre gasto sanitario público y la riqueza y envejecimiento poblacional de las CCAA antes16 y después17 de que en 2002 se añadiese el envejecimiento poblacional como criterio de reparto.

 

El gasto sanitario público per cápita apenas se correlacionaba con el envejecimiento poblacional de las CCAA entre 1995 y 2002 (tabla 2). Sin embargo, algunos gastos (AP y farmacia de receta) ya se asociaban entonces positivamente con el envejecimiento16. Posteriormente, entre 2002 y 2008, ya se detecta claramente una correlación importante entre el gasto sanitario público per cápita y el envejecimiento. En este período, el gasto en AP y el de farmacia de receta intensifican la correlación positiva que mostraban con el envejecimiento durante el período 1995 a 200217 (v. tabla 2). En cambio, el gasto per cápita en atención especializada muestra una débil (casi nula) correlación positiva con el envejecimiento poblacional en ambos períodos16,17. Por tanto, el gasto en atención especializada contribuye muy residualmente a la consecución del criterio de reparto del presupuesto sanitario público entre CCAA que atiende al envejecimiento poblacional.

 

El gasto sanitario público per cápita se correlaciona positiva pero débilmente con la riqueza (PIB per cápita) de las CCAA entre 1995 y 200216, correlación que se debilita más entre 2002 y 200817 (v. tabla 2). El gasto per cápita en atención especializada intensifica entre 2002 y 2008 la correlación positiva (no precisamente débil) que mostraba con la riqueza durante el período anterior; todo ello con una correlación negativa, aunque débil, entre riqueza y envejecimiento en ambos períodos16,17. Entre 2002 y 2008 persiste y se acentúa la preferencia por la inversión en atención especializada en las regiones más ricas. En contraste, el gasto per cápita en AP no muestra relación con la riqueza.

 

Es llamativo que el gasto sanitario público apenas muestre correlación positiva con la riqueza de las CCAA y sí lo hagan claramente algunas de sus partidas. Especialmente, el gasto en atención especializada16,17, el gasto en farmacia hospitalaria18 y el gasto en administración general19, pese a que no son las comunidades más ricas, precisamente, las más envejecidas (v. tabla 2).La EGSP incluye el gasto en farmacia hospitalaria sin desagregar dentro del gasto enatención especializada lo que podría sesgar la correlación positiva con la riqueza que muestra el gasto per cápita en atención especializada. Sin embargo, cuando del gasto en atención especializada excluimos el gasto en farmacia hospitalaria persiste la correlación positiva con la renta19,20.

Nivel de riqueza y gasto sanitario público en España en comparación con los países europeos desarrollados

Nuestro nivel de renta y nuestro gasto sanitario público se han aproximado al promedio de los países europeos desarrollados durante las últimas décadas. Pero, ¿en qué medida se ha producido ese acercamiento? La figura 2 muestra la distancia al promedio de los países europeos de la OCDE (España se incluye en este promedio) en cuanto a riqueza (PIB per cápita), gasto sanitario público per cápita y gasto sanitario público no farmacéutico per cápita. El gasto sanitario público no farmacéutico resulta de deducir del sanitario público el gasto en farmacia de receta. Los gastos y el PIB per cápita se expresan en paridad de poder adquisitivo (PPA). La figura 2 muestra que, entre 1980 y 2007, nuestra renta y nuestro gasto sanitario público se han aproximado progresivamente al promedio europeo. Pero nuestro gasto sanitario público ha sido siempre inferior (entre 7 y 18,4 puntos porcentuales según años) a nuestro nivel de renta.

Crecimiento del PIB y del gasto sanitario público españoles en comparación con los países europeos desarrollados

La figura 3, elaborada con datos procedentes de la base Health Data 2009 de la OCDE11, muestra el crecimiento del PIB per cápita español y el del gasto sanitario público per cápita, ambos expresados en unidades monetarias PPA. Según la OCDE, nuestro gasto sanitario público crece claramente por encima de nuestro PIB desde el inicio de la década de 1990. Las mismas variables podemos observar en la figura 4 para el conjunto[c] de los países europeos de la OCDE (España se incluye en el promedio). Según la OCDE, lo que ocurre en España sucede también en el conjunto de los países europeos desarrollados. Así, al inicio de la década de 1990 en el promedio de este conjunto de países, y en casi todos ellos individualmente[d], el gasto sanitario público empieza a crecer claramente por encima del PIB a partir de 1990.

 

A partir de los datos de gasto sanitario de la EGSP del Ministerio de Sanidad9 y del PIB del Instituto Nacional de Estadística (INE)21 se elabora la figura 5. Los datos de gasto y PIB per cápita son ofrecidos por estos organismos oficiales en euros corrientes. Para una aproximación al crecimiento real se ha tenido en cuenta la inflación representada por el IPC22 obtenido también del INE[e]. La figura 5 muestra el crecimiento del PIB per cápita, del gasto sanitario público per cápita, del gasto en atención especializada per cápita, del gasto en AP per cápita, del gasto per cápita en farmacia de receta y del gasto per cápita en personal, tras ajustar por el índice de precios al consumo (IPC) (crecimiento real) desde 1991 hasta 2009. Llama la atención cierta discrepancia con los resultados obtenidos con la información procedente de la OCDE. Según la OCDE, el gasto sanitario público español crece por encima del PIB desde el inicio de la década de 1990 (v. figura 3). Sin embargo, a partir de los datos de la EGSP y del INE, no ocurre así entre 1995 y 2003 (v. figura 5). El gasto en farmacia de receta aumenta durante todo el período muy por encima del PIB. El gasto en AP y el gasto en atención especializada en paralelo o por debajo del PIB hasta el año 2004, el de especializada, y hasta 2007 el de AP. El gasto per cápita en personal prácticamente no crece en términos reales hasta el año 2008, a partir de entonces crece siempre sustancialmente por debajo del PIB, al que supera únicamente en 2009.

Discusión

Cuando la variable que más predice el gasto sanitario entre los países desarrollados es la riqueza, es necesario resaltar la no relación directa, dentro de este grupo de países, entre gasto sanitario y nivel de salud. Los indicadores clásicos que miden el estado de salud en los países y permiten la comparación en el tiempo son, fundamentalmente, la esperanza de vida al nacer y los indicadores de mortalidad. Se trata de indicadores relativamente sencillos y los más utilizados pues en muchos países poco desarrollados son los únicos disponibles y fiables. Cuando en el análisis de la relación entre gasto sanitario y nivel de salud se incluyen países menos desarrollados con bajo gasto sanitario junto con países desarrollados con un gasto superior, la relación del gasto sanitario con el estado de salud es muy fuerte en el tramo inicial de renta pero se reduce mucho y tiende a anularse a partir de un cierto nivel de renta. A medida que aumenta el nivel de riqueza, la relación se aminora hasta resultar prácticamente nula y la curva que la representa se aplana progresivamente23. Por tanto, un nivel adecuado de gasto sanitario es condición necesaria para alcanzar niveles de salud aceptables, pero sobrepasado ese nivel los incrementos de gasto podrían resultar casi superfluos con escasa incidencia en la mejora de los niveles de salud. Sin embargo, estos índices globales son poco sensibles para países desarrollados donde marcan diferencias relativamente pequeñas. En este caso, serían más útiles otros indicadores que atiendan tanto a la cantidad como a la calidad de vida, como por ejemplo la esperanza de vida libre de incapacidad (Disability Adjusted Life Expectancy). También, aquellos más directamente relacionados con la efectividad de los servicios sanitarios como, por ejemplo, la mortalidad precoz evitable por el buen desempeño de los servicios sanitarios (Mortality Amenable to Health Care). España es uno de los países europeos de la OCDE con un gasto sanitario más modesto. Pese a ello, presenta buenos indicadores de salud globales (mortalidad infantil, esperanza de vida al nacer, etc.) y en esperanza de vida libre de incapacidad, indicador utilizado en el estudio de la OMS de 2000 en el que ocupó el séptimo puesto de la clasificación mundial24. España también muestra buenos resultados en el indicador de mortalidad precoz evitable por la buena actuación de los servicios de salud, de modo que nuestro sistema sanitario en 2007 evitaba muertes prematuras por su buen desempeño de modo más efectivo que los de otros países con un gasto sanitario sustancialmente superior como Alemania, Reino Unido, Dinamarca, Finlandia, Luxemburgo, Irlanda, Canadá y EE.UU., o similar como Nueva Zelanda, Portugal y Grecia25. Sin embargo, y pese a la aproximación del gasto sanitario español al promedio europeo ocurrida en los últimos años, ha perdido posiciones en la clasificación de este indicador respecto a la posición de 1997 o la de 200226. La conclusión es clara, incluso cuando se tienen en cuenta indicadores que atienden además de a la cantidad, a la calidad de vida o detectan la mortalidad precoz potencialmente prevenible por un buen desempeño de los sistemas de salud, se encuentra poca relación entre los resultados y el gasto sanitario cuando se consideran países desarrollados como los miembros de la OCDE.

Dicho esto, se ha ofrecido en este artículo suficiente información para juzgar con racionalidad si nuestra sanidad pública vale lo que cuesta o si, por el contrario, forma parte de las causas que nos han llevado hasta la crisis económica actual. Luces y sombras podemos deducir de lo expuesto hasta aquí. Empecemos por las sombras. Los datos expuestos muestran claramente la inveterada reducción del peso presupuestario del centro de salud en nuestra sanidad pública y el mantenimiento, crecimiento en la última década, del peso presupuestario del hospital. La pérdida del peso presupuestario de la AP se acentúa, especial y curiosamente, durante los primeros años de su reforma. Una evolución que contrasta con el hecho de que lo que explícitamente se quería modernizar con la reforma de 1984 era, precisamente, la AP. Esto ocurre concretamente a partir de 1986 (v. figura 1), justo cuando el PIB y el gasto sanitario público inician el tramo alcista de aproximación a Europa más notable de la historia reciente (v. figura 2). El crecimiento económico que se iniciaba en 1986 coincidió no solo con la pérdida del peso presupuestario de la AP, sino también con la ganancia del peso presupuestario del hospital (v. figura 2) (¿casualidad o causalidad?). Lo más incomprensible es que eso aconteciera durante el proceso de universalización de facto de la sanidad pública española, en la segunda parte de la década de 1980. Entre 1982 y 1990, más de 7,2 millones de personas pasaron progresivamente a estar cubiertas por la sanidad pública. Gran parte de ellas pertenecientes al colectivo más pobre de la población (más necesitado, por ello, de atención sanitaria), atendido previamente por la Beneficencia, y con escasos recursos para acceder a otra sanidad que no fuera la AP como puerta de entrada al sistema. Durante esos años, en términos reales, el gasto hospitalario y el farmacéutico de receta crecieron, respectivamente, un 70 y un 65% más que el de AP13. Ahora ya nos gustaría a muchos que el peso presupuestario de la AP alcanzase al menos el nivel del 20% que teníamos, precisamente, los años previos al inicio de su reforma. Pero los datos son tozudos y las cosas han ocurrido como si el desarrollo del país y su crecimiento económico actuaran en contra de la AP. Y se persiste en ello pues, entre 1995 y 2008, es patente la preferencia creciente por el hospital entre las CCAA de mayor renta (que no más envejecidas, por cierto) que muestran un mayor gasto per cápita en atención especializada (v. tabla 2)16,17y en farmacia hospitalaria que las más pobres18. Finalmente, el gasto sanitario privado ambulatorio español es de los más altos de Europa (v. tabla 1), ¿Tiene esto algo que ver con que esté estancada, desde hace más de 20 años, la parte del presupuesto sanitario destinada a la AP? La parte del gasto sanitario dedicada a farmacia de receta se ha reducido en la última década. Ni eso ha sido suficiente para que la parte destinada a la AP se viera incrementada, pero sí para que aumentara todavía más la parte destinada a la atención especializada. Pareciera que los supuestos ahorros en farmacia de receta migraran directamente al hospital (v. figura 1).

Continuemos con las luces. ¿Vale nuestra sanidad lo que cuesta? ¿Forma parte de las causas que nos han llevado hasta la crisis económica actual o de las soluciones? Hace tan solo 10 años, en 2002, nuestro gasto sanitario público no farmacéutico per cápita (excluida la farmacia de receta pero no la hospitalaria) significaba poco más del 60% del promedio del gasto sanitario no farmacéutico per cápita de los países europeos de la OCDE (v. figura 2). Ese mismo año, España ocupaba un lugar de privilegio en la clasificación del indicador de mortalidad precoz evitada por el buen desempeño del sistema sanitario26, por delante de EE.UU., Canadá y Nueva Zelanda, y también de todos los países europeos incluidos en el estudio (Suecia, Italia, Países Bajos, Grecia, Noruega, Alemania, Austria, Dinamarca, Finlandia, Portugal, Reino Unido e Irlanda), excepto Francia. Dos años antes, según la OMS España se situaba en el séptimo lugar del mundo en la clasificación de los mejores sistemas sanitarios24. ¿Se ha conseguido esto con «despilfarro» de recursos? Pues a la vista de la figura 2 no se puede afirmar que, en comparación con la Europa desarrollada, hayamos gastado en sanidad pública lo que nuestra riqueza como país nos podía permitir. Ha ocurrido precisamente lo contrario: hemos gastado en todo momento bastante menos, muchísimo menos en el caso del gasto sanitario no farmacéutico, que lo que nos podíamos permitir por renta. Muy probablemente, este «milagro» tenga mucho que ver con los bajos salarios de los profesionales, lo que ha permitido que, por ejemplo, el gasto de personal en el sistema no aumentara en términos reales entre 1991 y 1997, y creciera continuadamente muy por debajo que la riqueza del país desde 1991 hasta 2008. El incremento de nuestro gasto sanitario público, ¿ha corrido paralelo al incremento de nuestra riqueza, ha sido mayor, o ha sido menor? Según los datos oficiales de gasto sanitario de la EGSP y los de PIB del INE, nuestro gasto sanitario público ha crecido muy paralelamente al crecimiento del PIB hasta la llegada de la crisis de 2008 (v. figura 5). Sin embargo, según los datos de la base Health Data 2009 de la OCDE, nuestro gasto sanitario público ha crecido claramente por encima del PIB a partir de 1990, al igual que ha ocurrido en el conjunto de los países europeos desarrollados. Además, la diferencia entre el crecimiento del gasto sanitario público y del PIB en España es superponible a la ocurrida en el conjunto de los países europeos de la OCDE (v. figuras 3 y 4). Parte de la discrepancia podría deberse a que la EGSP no incluye el gasto producido en aquellas unidades institucionales cuya actividad principal no es la sanitaria y que no desarrollan programas incluidos en la función sanidad de los Presupuestos Generales del Estado. Queda fuera de la EGSP, por tanto, el gasto sociosanitario público relacionado con los cuidados de larga duración, la atención sanitaria a la convalecencia y la rehabilitación en pacientes con déficit funcional recuperable. La EGSP tampoco incluye la salud laboral (excepto la realizada por las administraciones públicas); mientras que todo esto sí lo considera gasto sanitario el sistema de cuentas sanitarias de la OCDE27. También parte de la discrepancia podría deberse a que los datos de gasto proporcionados por la EGSP y los de PIB proporcionados por el INE se expresan en euros corrientes, mientras que los datos de gasto y de PIB de la base Health Data OCDE se expresan en unidades monetarias PPA. En cualquier caso, no se aprecian diferencias relevantes entre el comportamiento del aumento del gasto sanitario público respecto del incremento del PIB en España en comparación con el conjunto de los países europeos de la OCDE (v. figuras 3 y 4).

 

Para la reflexión

Efectivamente, España, como país desarrollado, se encuentra en la parte plana de la curva de rendimientos marginales de las inversiones sanitarias, lugar en el que sustanciales incrementos del gasto producen escasos beneficios en la salud de la población. Pero vivir en la parte plana de la curva no significa renunciar a las mejoras de salud. Es decir, quizá (con toda seguridad, desde la perspectiva del autor) se consiga incrementar más la salud de la población mejorando la asignación de los recursos ya disponibles que incrementándolos con la aceleración de la última década. La fascinación por la tecnología del diagnóstico y del tratamiento farmacológico de última generación cautiva a muchos, fragmenta la atención pues conlleva hiper-ultra-especialización y propulsa el gasto mediante el incremento de la intensidad diagnóstica, terapéutica y preventiva por escasos que sean los resultados o crecientes los peligros de yatrogenia. Contribuye a ello la evidente preferencia de las CCAA más ricas por incrementar los recursos hospitalarios antes que los de AP; una actuación que activa la gestión por imitación y superación del otro[f]. Empezamos a pagar el precio de comportarnos como nuevos ricos en sanidad, no por haber gastado demasiado, sino por haber gastado, en parte, mal: por haber despreciado la tecnología «blanda» y la longitudinalidad28, por no haber «universalizado» la AP evitando su «descremado sociológico» (¿Para cuándo una Atención Primaria Para Todos?), por no haber empoderado la figura del médico de familia como valioso médico personal y primer contacto con el sistema para todos mientras la financiación fuese pública… En definitiva, por no haber roto el «techo de cristal», no solo el presupuestario, con el que tropieza nuestra AP desde hace muchos años29.

 

Lecturas recomendadas

Puig-Junoy J, López Casasnovas G, Ortún Rubio V. ¿Más recursos para la salud? Barcelona: Masson, 2004.

Libro de la «Colección Economía de la Salud y Gestión Sanitaria» dirigida por Vicente Ortún. Sus autores pretenden con él contribuir al debate sobre la necesidad de más recursos para la salud en España y situarlo en el terreno de una política sanitaria basada en la evidencia de los resultados de la investigación económica, epidemiológica y clínica.

Cabasés Hita JM (Director). La Financiación del Gasto Sanitario en España. Bilbao: Fundación BBVA, 2010. Disponible en: http://www.fbbva.es/TLFU/dat/valoracion%20financiacion%20gasto%20sanitario_web.pdf

Trata sobre la financiación territorial de la sanidad en sus tres grandes ejes: ingresos públicos y gasto sanitario, variables de necesidad relativa e impacto sobre la equidad del sistema.

Cátedra UPF-SEMG-Grünenthal de Medicina de Familia y Economía de la Salud

Disponible en: http://www.upf.edu/catedragrunenthalsemg/la_catedra/quines_somos.html

Dirigida por Vicente Ortún y de visita on-lineobligada para aquellos médicos de familia interesados en la economía de la salud, que probablemente deberíamos ser la mayoría.

 

Bibliografía

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  29. Simó J. El «techo de cristal» de la atención primaria española. Aten Primaria. 2009;41:572–7.

 


[a]El Producto Interior Bruto (PIB) es una medida agregada que expresa el valor monetario de la producción de bienes y servicios finales de un país durante un período (normalmente, un año). Se trata de la macromagnitud por antonomasia de la ciencia económica y es usado como una medida del bienestar material de una sociedad.

[b]El dólar por paridad de poder adquisitivo (PPA) es una unidad monetaria común que tiene en cuenta el diferente poder adquisitivo relativo de las distintas monedas nacionales. Se obtiene mediante la evaluación de los costes de una cesta de bienes y servicios entre los diferentes países para todos los componentes del PIB. Como su nombre indica, el dólar PPA iguala efectivamente la capacidad adquisitiva de las monedas entre sí y facilita la comparación entre países.

[c]Los datos disponibles en Health Data OECD 2009 permiten incluir los siguientes 14 países: Alemania, Austria, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Islandia, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Suecia.

[d]Para una información más detallada de lo que ocurre en cada uno de los países de la OCDE para los que es posible obtener datos, consultar el blog del autor, disponible en:http://saluddineroy.blogspot.com/

[e]La inflación refleja la disminución del poder adquisitivo de la moneda, su pérdida de valor. Una medida frecuente de la inflación es el índice de precios al consumo (IPC), que corresponde al porcentaje anualizado de la variación general de precios en el tiempo. Para poder comparar precios, presupuestos, salarios, etc. de diferentes años es necesario convertirlos de moneda «corriente» a «constante», eliminando el efecto de la inflación lo que permite expresar la variación de un año a otro «en términos reales» una vez se ha «ajustado» por la inflación.

[f]Gestión por imitación y superación del otro. Acción o efecto de gestionar la sanidad por las CCAA bajo el principio de «no vamos a ser menos que el vecino». Variante cutre degenerada del benchmarking cuyo objetivo final es que todas las CCAA puedan autoproclamarse periódicamente pioneras en algo, normalmente en cualquier cosa relacionada con la fastuosidad de la aparatología, de los procedimientos y de los gadgets tecnohospitalarios que los medios se encargan de amplificar. Este tipo de gestión ha conducido en otros ámbitos de la gestión pública a la construcción de, por ejemplo, aeropuertos «peatonales» o de «AVEs» que ni corren ni vuelan.

AMF 2012;8(4);; ISSN (Papel): 1699-9029 I ISSN (Internet): 1885-2521

Cómo citar este artículo...

Simó Miñana J. ¿Gastamos demasiado... o gastamos mal?. AMF. 2012;8(4).

Comentarios

Luis Emilio 18-05-12

excelente tema ,bien explicado,te felicito

Jesús 27-04-12

Muy esclarecedor y muy bien explicado y que da cifras a lo que todos podemor ver en nuestro día a día.