persona: Del latín, «máscara de actor»
“Antes de que me vaya, dejaré que me saques un rato de contexto si también puedo sacarte yo a ti.
No contesto, pero me gusta esta promesa.”
Belén Gopegui, El comité de la noche.
Cae una lluvia ligera en el parabrisas que apacigua el tumulto de pensamientos que empiezan a desfilar en cuanto arranco el coche. Apago la radio y aparece la palabra.
Romper la cuarta pared. Exactamente eso. Al pensarlo ahora, mientras conduzco, encuentro la metáfora perfecta… La sensación fue la misma que cuando en una película la protagonista mira a cámara dirigiéndose hacia ti como espectadora. De repente, la ficción compartida se desvanece y apareces tú1. Me pasó a primera hora de la mañana. Entró en la consulta una chica joven. «Parece que será fácil —pensé— una ITU, un catarro…». Algunos estudios sostienen que en el primer minuto de consulta nuestro pensamiento viaja por todos los escenarios posibles que se pueden dar solo con escuchar la demanda de los/las pacientes2. Yo incluso me adelanté simplemente con la edad y el sexo.
—Vengo a renovar la receta.
Bingo.
Era la primera vez que la veía, así que me paré a revisar su historia: aparte de algunos cuadros banales, constaba entre sus antecedentes una migraña crónica en seguimiento por Neurología para la que utiliza de forma puntual sumatriptán3.
Tras preguntarle por el control de la cefalea me giré hacia el ordenador para terminar la consulta renovando su receta. Pero me hizo una última pregunta…
—Tú… ¿no ibas a clase con mi hermana?
Y al bajarse la mascarilla para que la reconociera me golpeó el parecido. Contratransferencia es un término que evoca una fluidez y una progresividad que no sirven para un choque como ese. Más bien fue un giro narrativo que me hizo sentir el punto de fuga de la consulta. En ese momento se rompió la cuarta pared de la ficción médica-paciente, esa que establecemos habitualmente como marco de trabajo en nuestras consultas. La bata me empezó a quedar grande y sentí que las piernas no me llegaban al suelo. La paciente se convirtió, sin saberlo ni merecerlo, en un puente hacia un lugar al que yo no quería ir. Intenté que no se me notara cerrando cordialmente la visita. «Que parezca un habón, evanescente, y no una cicatriz». Cuando salió por la puerta sentí, por fin, que se apagaban los focos y las cámaras dejaban de grabar. Poco a poco, mi cuerpo fue recuperando el tamaño adecuado para rellenar la silla y cuando me sentí persona de nuevo, salí a llamar al siguiente paciente.
«Tú, mi savia y mi semilla
del fruto de tu amor mis dos luceros.
Tú seguirás siendo el sol en mis mañanas frías
soporte del dolor y mi alegría
mi banco en el camino
mi sombra en el sendero.
Y aunque cruzaste pronto el río,
en tu barca sin remo,
te seguiré queriendo como el mar a las olas
como la nube al cielo.
Y si aún te quise poco
espérame en la orilla para quererte luego,
camarada, compañero.»
María Engracia Ruiz
Su voz llenándolo todo.
Un duelo que se empieza a desenmarañar después de catorce visitas. El suyo y el mío. Una hematuria intermitente con una citología negativa, una consulta de Urología pedida de hace meses que no llega, un tiempo sin venir, nuevos síntomas que nos hacen reiniciar estudios, una anemia nueva, una visita a Medicina interna de alta resolución donde diagnostican un tumor vesical terminal. A las pocas semanas, una mujer que pierde a su marido y que duda de la médica y una médica que duda de todo. Un duelo que se empieza a desenmarañar después de catorce visitas, varias semanas y un abrazo. Dice que escribe poemas, que le ayuda, que le da calma. Le ofrezco traerle el poemario que Luis escribió a Almudena4. Me hago una cruz en el nudillo, que no se me olvide, esto no. Y me hace una promesa que es un regalo («te enseñaré un poema») y me pide mi número de teléfono. Un poema suyo, a mí. Esperaba un texto escrito pero el regalo fue aún mayor… un audio recitando sus versos. Un poema suyo, a mí. Vuelvo a escucharlo ahora en el coche y el rojo del semáforo se difumina.
Me preguntó M. esperanzada. Esas dos palabras resumían la pregunta por la motivación, la competencia y la capacitación necesarias para realizar una cirugía menor5. M. tiene un entropión en el ojo derecho que la trae por la calle de la amargura. Desde hace años, lleva un trozo de esparadrapo estirándole una piel frágil y arrugada, que sufre los tirones en beneficio de su córnea6. Durante un tiempo, M. estuvo acudiendo a la consulta de Oftalmología para una extracción manual de las pestañas, pero dice que ya no quiere ir más. Es que me mareo en el coche. Y no me extraña, pienso, mientras hago una curva pronunciada a la izquierda por esa misma carretera. Ya había probado toda la medicación para disminuir los síntomas que le ofrecí: dimenhidrinato, antieméticos… Así que me lo volvió a preguntar:
—¿Y si me las quitas tú aquí en la consulta?¿Te atreves?
Le dije la verdad, que nunca había realizado esa técnica, pero que iba a informarme y hacer todo lo que estuviera en mi mano (Motivación).
Después de hacer una búsqueda rápida en internet en la que solo encontré referencias a la cirugía7, llamé al hospital y comenté el caso con una compañera oftalmóloga. «Sí, creo puedes hacerlo sin problema en Atención Primaria. Es muy fácil… ¡como cuando te depilas las cejas!». Sonrío porque da por supuesta la experiencia común al sabernos mujeres. «De hecho aquí lo hacemos con unas pinzas de depilación, no hace falta material estéril» (Competencia). Mañana prepararé el material en Fabero para subirlo al consultorio: unas pinzas sin dientes que sean lo suficientemente firmes, un colirio anestésico y unas gasas (Capacitación). Y llamaré a M. para una cita programada. Al consultorio del pueblo puede venir caminando.
«Seducción en la consulta»: un nombre para un artículo que me obliga irremediablemente a hacer clic. Buscando información sobre la contratransferencia en un ratito libre de la mañana me encontré con dos artículos en el blog de Doc Tutor sobre las relaciones personales en la consulta8,9. Me dejaron un sabor amargo…
Hace unas semanas me pasó algo incómodo en la consulta: un paciente me propuso tomar un café juntos. Es la primera vez que me pasa y manejar aquella invitación me supuso un absoluto reto. En cualquier otra situación habría sido diferente, pero en este contexto… el contexto, claro, el contexto siempre es clave: yo soy su médica y él es mi paciente. Y aunque el desequilibrio de poder es evidente a mi favor por mi bata, no se puede obviar que el resto de condicionantes que atraviesan las relaciones interpersonales fuera de la consulta lo hacen también entre estas cuatro paredes. El paciente tiene más o menos mi edad y estaba en seguimiento por una incapacidad temporal, así que nos veíamos a menudo. La relación era cordial. Durante las visitas, yo tenía la percepción sutil de que su lenguaje no verbal me enviaba señales de coqueteo: una leve inclinación de la cabeza que le da cierto carácter a la mirada, la posición del cuerpo hacia mí ocupando parte de la mesa, el tono desenfadado de la voz… O quizá sea simplemente su forma de ser. O mis pájaros en la cabeza. No le daba importancia porque no era tan explícito como para incomodarme, pero aun así, elegía mis palabras y mis gestos de forma cuidadosa para no dejar ningún resquicio de duda respecto al carácter exclusivamente profesional de nuestra relación. A veces, para mantenerse a salvo, hay que poner la venda antes de la herida. El día que acordamos su alta próxima me contó que su empresa le enviaría a trabajar a otro país durante quince días…
—¡Anda, justo me voy allí también de vacaciones! —dije sin pensarlo mucho. Y antes de terminar la frase ya me había arrepentido.
—Qué casualidad —me contestó— ¿A qué ciudad vas? Yo todavía no lo sé… el viernes te lo digo. Allí trabajaremos muchas horas y tampoco conozco a nadie… si vamos a la misma ciudad… ¡podemos quedar a tomar un café!
Quizá él también se arrepintió justo antes de terminar su frase. ¿Sería una invitación por cortesía del tipo de cafés que nunca se esperan?¿Una coletilla funcional como algunos «Hola, «¿qué tal, cómo estás?» que solo buscan un «bien, ¿y tú?» como eco? Durante toda la semana estuve dándole vueltas a los condicionantes de la relación médica-paciente, a los límites éticos, a la vulnerabilidad del enfermo. Pero también a las desigualdades de poder, la etnia, la clase, el sexo… El viernes, mi paciente entró por la puerta con un mapa abierto en la pantalla del móvil con nuestros destinos que, afortunadamente, estaban bastante lejos. La propuesta quedó tácitamente anulada. ¡Qué alivio! El pequeño nudo se resolvió de forma espontánea sin tener que lamentar daños colaterales. Pero en otras ocasiones sí me he sentido vulnerable y violentada por ser mujer durante el ejercicio de nuestra profesión. Quiero entender que la reflexión de ambos artículos8,9 es una provocación literaria o un anhelo de fantasía erótica entre iguales con un decorado sanitario. Puede ser posible y lícito pero… ¿buscar la predisposición? ¿Ignorar el contexto sociocultural y apostarlo todo al individuo? Ahora que por fin las mujeres se atreven a denunciar los abusos dentro del ámbito sanitario10-12, ahora que todavía nos lastra la erotización de la profesión enfermera13. Puede que lo que se propone en los artículos sea simplemente un buen ejercicio docente pero después de leerlo se activaron en mi cabeza todas las señales de peligro…
Me doy cuenta de que he llegado hasta la cochera de mi edificio sin haber encendido siquiera la radio. Hoy es un día de esos en los que me llevo muchas madejas para casa, el viaje de vuelta no ha sido lo suficientemente largo para deshacerlas... Y tú, lector, lectora, ¿Qué te has llevado hoy a casa de la consulta?
Angels 15-09-23
Yo viajo 20 minutos cada dia para volver a casa. Imposible no llevarse cada día algún fragmento de la consulta.