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Julio-Agosto 2013
Julio-Agosto 2013

La historia de Pilar (lo socioeconómico en la consulta)

Patricia Escartín Lasierra

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria CS San Pablo. Zaragoza

Luis Andrés Gimeno Feliu

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria CS San Pablo. Zaragoza Grupo EpiChron de Investigación en Enfermedades Crónicas. IIS Aragón

Patricia Escartín Lasierra

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria CS San Pablo. Zaragoza

Luis Andrés Gimeno Feliu

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria CS San Pablo. Zaragoza Grupo EpiChron de Investigación en Enfermedades Crónicas. IIS Aragón

Si no aprendemos a mirar el mirarse del otro, ¿qué sentido tiene nuestra mirada, nuestras preguntas?

¿Quién eres? ¿Cuál es tu historia? ¿Dónde tus dolores? ¿Cuándo tus esperanzas?

Pero no solo importa qué o a quién se mira.

También, y sobre todo, importa

desde dónde se mira.

Y elegir a dónde mirar es también elegir desde dónde.

(S.I. Marcos. Selva Lacandona. Enero de 2013)

Puntos clave

  • El estado de salud/enfermedad depende del contexto socioeconómico en el que nacemos, nos desarrollamos y vivimos.
  • Las desigualdades sociales generan desigualdades en salud.
  • Conforme desciende la escala social, empeora la salud y se acorta la esperanza de vida.
  • Es necesario incorporar el conocimiento de las de­sigualdades sociales en salud a la práctica clínica para mejorar la salud de nuestras poblaciones.
  • Elaborar la historia social de nuestros pacientes (nivel de estudios, condiciones laborales, ingresos percibidos, etc.) permite conocer mejor su estado de salud-enfermedad.
  • El sistema sanitario es un componente más que influye en la salud.
  • Equidad vertical y horizontal: equidad no es tratar a todas las personas por igual, sino dar más a quien más necesidades tiene.
  • Las estrategias de baja exigencia facilitan el acceso al sistema sanitario a colectivos vulnerables, disminuyendo el efecto de la ley de cuidados inversos.
  • Es fundamental pensar la «salud en todas las políticas» como eje de cuidado de nuestras poblaciones.
  • Estimular las redes sociales y el empoderamiento de las personas mejora su salud.

Introducción

A diario nos enfrentamos a consultas que van más allá de la clínica y nos obligan a mirar desde y hacia otro lado a las personas que tenemos frente a nosotros. A nuestros pacientes.

 

¿Qué causa el malestar en nuestra sociedad?

El nivel socioeconómico y otras variables se ha demostrado que son factores de riesgo para la salud tanto o más importantes que el tabaco, el alcohol y el sedentarismo. La vivienda, la nutrición, pero también los «estilos de vida» como la dieta, el sedentarismo, el consumo de tóxicos (por eso se les podría llamar mejor «condiciones de vida» que «estilos de vida») están influenciados por los factores socioeconómicos. Estos se asocian a un incremento de determinadas patologías: cáncer de cuello de útero, de pulmón, de estómago, enfermedades cardiovasculares, tuberculosis y otras patologías respiratorias, accidentes y otras causas externas, enfermedades infecciosas y salud mental. Pobreza y desventaja social inciden en la esperanza de vida y en la mortalidad1. De hecho, la esperanza de vida del 10% de la población más pobre en España es de 10 años menos que la del 10% de la población más rica2.

 

Como se desprende de la Comisión de Determinantes Sociales de Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las desigualdades en salud surgen de las de­sigualdades socioeconómicas en la sociedad3. Dependen de las condiciones en las que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y se desarrollan. Vivimos un contexto social contaminado en el que aumentan a diario el desempleo, los recortes sociales y las desigualdades entre la ciudadanía, lo que supone una merma en la salud de los pacientes que requiere nuevas miradas.

 

Cómo conocí a Pilar

La primera vez que vi a Pilar como paciente fue durante la residencia. Era la última citada de la mañana, en un día en que la consulta no había sido ni buena ni mala (bastante burocracia, muchas llamadas y un listado completo de pacientes. Ningún aviso a domicilio ni urgencia hasta el momento). Revisé un poco su historia clínica en la pantalla del ordenador y apenas había nada escrito. No me extrañó, pues se trataba de una mujer de poco más de 30 años y, al parecer, sana.

 

Al entrar no me resultó desconocida. De hecho, ya la había visto una vez en urgencias por una lumbalgia aguda.

 

Venía a por el resultado de una prueba de embarazo. Era negativa. Una media sonrisa se dibujó en su cara y de repente, ¡zas!, los ojos vidriosos se convirtieron en un surtidor de lágrimas y la respiración se entrecortaba mientras se disculpaba. Por suerte, en la mesa de mi tutora siempre había una caja de pañuelos para ofrecer en estas ocasiones (ahora siempre me fijo si hay pañuelos en las consultas por las que paso. Me ayuda a saber mucho sobre el tipo de atención que se da en esa consulta y hacerme con alguno propio, por si acaso). Una vez más tranquila, la pregunta «¿Hay algo que quieras compartir conmigo?» me llevó a conocer muchas cosas más: casada, con dos hijos pequeños (de 8 y 2 años). Buena relación con su pareja, al que apenas ve por sus respectivos trabajos. Él, peón. Ella, trabajadora a turnos en una empresa de electrodomésticos. Muchas presiones laborales, siempre en la línea entre paro y empleo, con amenazas de expedientes de regulación de empleo (ERE). Vivían en una casa antigua, encima del piso de su suegra, «que con la artrosis que tiene, que no se puede mover casi, tiene que cuidar muchas veces de los críos, cuando no estamos y no nos llega para guardería para la pequeña». Problemas de sueño y episodios de ansiedad repetidos, a los que no daba mayor importancia. Fumadora de 4-5 cigarrillos por día. Lumbalgias y cervicalgias frecuentes por las que no consulta nunca por falta de tiempo. La falta de tiempo también le impedía hacer ejercicio o salir con amigas.

 

Apenas hizo falta ningún comentario por mi parte. Parecía como si nunca hubiese hablado del tema con nadie. De repente miró el reloj. Se tenía que ir. Dijo sentirse un poco mejor y se volvió a disculpar. Le propuse otra cita con tiempo, unos días más tarde, con la excusa de sus problemas con el sueño, tras unas pequeñas recomendaciones. Accedió.

 

Al salir del trabajo seguí pensando en la conversación. En cómo influían todos los factores laborales, sociales, ambientales, etc., en nuestra salud y sobre todo en cómo «manejar» la cita que me había programado.

 

En el momento en que Pilar compartió su malestar individual, me hizo consciente de un problema sistémico, colectivo. Su insomnio, los dolores crónicos, la ansiedad no eran sino un reflejo de sus problemas laborales, sus limitaciones sociales y sus dificultades familiares. Había aprendido a controlar el dolor, la desazón, la baja autoestima para poder continuar con la rutina diaria e ir cada día a trabajar. Pero ¿era una persona tan sana «como podría»?

 

La mayoría de las ciudadanas y los ciudadanos que habitan el planeta no poseen el mínimo bienestar material y social que permita un desarrollo adecuado de su salud y disfrutar y compartir una vida personal y social activa y alegre4. La salud no se distribuye de forma equitativa y existen sólidas evidencias científicas que lo demuestran, como se desprende de la publicación de Marmot Social determinants of health. The solid facts (Los determinantes sociales de la salud: los hechos probados)5.

 

En la atención sanitaria debemos tener en cuenta estas diferencias en la salud, en tanto son injustas, innecesarias y evitables. La salud depende, en gran medida, de los condicionantes sociales que configuran la forma de vivir y de relacionarse de nuestras poblaciones. De hecho, existen las llamadas poblaciones «enfermas», en las que se acumula un conjunto de factores de riesgo que disminuyen la esperanza y la calidad de vida, y aumentan el número de enfermedades y la mortalidad. Estas poblaciones están íntimamente ligadas a las clases más bajas, a la pobreza. Cabe destacar que la pobreza mata cada año, en el mundo, más gente de la que murió en toda la Segunda Guerra Mundial. Nadie cuestiona que las personas de las clases sociales más desfavorecidas, con menores recursos económicos, vivirán menos y en peores condiciones que las más ricas o de clases sociales superiores (figura 1).

¿Qué pasaría con Pilar? ¿Su salud es tan buena como «debería ser»?

Pilar nunca vino a la cita. ¿Habría mejorado su situación? ¿No tenía tiempo? ¿Prefería no volver a hablar con esa médica joven que estaba en la consulta en lugar de su doctora de toda la vida?

 

El hecho de que hubiese mejorado su situación parecía poco probable. Pilar se encontraba en una situación de estrés laboral asociada al trabajo emocional de ejercer de cuidadora de su familia y a la sobrecarga física y mental de la doble jornada en unas condiciones precarias. Estos factores, como ya señaló Lois Verbrugge en 1989, causan peor estado de salud en las mujeres6.

 

Pilar y sus circunstancias

Volví a ver a Pilar tiempo después. Acompañaba a su suegra en la consulta. Había estado ingresada y en el hospital habían modificado su medicación. Desconocía la relación de parentesco entre ellas, aunque conocí enseguida a ambas. Carmen, su suegra, venía con frecuencia a por medicación tanto para ella como para su otro hijo. Siempre aqueja dolor crónico por artrosis. Carmen es viuda. Se casó joven, y junto a su marido migraron jóvenes desde su pueblo del sur a nuestra ciudad. Habían trabajado en el campo y después en la construcción. Su marido murió joven, de un infarto. Carmen tuvo que hacerse cargo de sus hijos, que pronto dejaron los estudios para ponerse a trabajar también en la construcción. Cuando el negocio inmobiliario cayó, ambos perdieron sus trabajos. El mayor «no ha vuelto a tener un trabajo en condiciones. Solo chapuzas por ahí, con las que vive, pero eso no es vida, que desde entonces tiene tensión y no para de fumar, que cualquier día le da un infarto como a su padre». El pequeño ha ido empalmando contratos precarios en subcontratas de diversas empresas. «En la última casi se nos mata, que se cayó de un andamio y menos mal que se había puesto la seguridad, que no será el primero que se mata allí». Ahora trabaja de transportista y está todo el día en la carretera.

 

Esta familia se podría considerar «vulnerable». Morirán antes y enfermarán más que otras familias que también acuden a la consulta, pero que están situadas en una escala social superior (tabla 1).

 

Si atendemos a los datos sobre desigualdades sociales y mortalidad en Euskadi: la mortalidad en las personas sin titulación académica fue un 88% mayor que en las universitarias; en los trabajadores manuales no cualificados era un 68% mayor que la de los directivos y titulados superiores; en los que vivían en viviendas de bajo confort, un 117% mayor que en los de confort alto; y tanto los parados como los inactivos mostraban una mortalidad dos veces mayor que los ocupados. Por tanto, Carmen, sin saber de estudios de desigualdades en salud, no iba desen­caminada: su hijo, por el hecho de ser un trabajador manual, con un bajo nivel de estudios y ahora desempleado, tiene más riesgo de muerte por cardiopatía isquémica, enfermedad cerebrovascular o cáncer de pulmón, por poner solo tres ejemplos. Además, no acude casi nunca a las citas programadas, ni acepta las medidas de prevención, como el cese del hábito tabáquico o la realización de ejercicio físico, con lo que cumple la ley de cuidados inversos7. José Luis, que así se llama, precisaría de más servicios sanitarios y, sin embargo, recibe menos; es más, cuando acude al centro de Atención Primaria (AP), en contadas ocasiones, los servicios que recibe quizás no sean de la calidad óptima.

 

Y esto le ocurre a José Luis a pesar de que España es uno de los pocos países en los que la ley de cuidados inversos no se cumple en toda su extensión. Afortunadamente, la AP española es ligeramente «pro pobre», facilitando la accesibilidad a esta población8.Curiosamente, esto no se da en la atención especializada española, donde es más probable ser atendido cuanto más alta sea la clase del paciente. Se puede apreciar un patrón desigual según la clase social en el uso de la AP de Salud: el uso de los servicios públicos de AP es, aproximadamente, del 90% entre las clases trabajadoras, mientras que es del 60% entre las clases más favorecidas. Esto conlleva algunas desigualdades en el tipo de cuidados y en las listas de espera para consultas de otros especialistas o para intervenciones quirúrgicas9.

 

El caso de Carmen es paradigmático. Pertenece a una clase trabajadora, sin apenas estudios, aunque le gusta leer; tiene una artrosis avanzada que le limita bastante en su vida diaria y acentúa la baja percepción que tiene de su estado de salud, por lo que acude con frecuencia al centro de salud (CS). A veces es difícil diferenciar sus demandas de sus quejas. Ha ingresado en varias ocasiones por descom­pensaciones de su patología crónica. Está en lista de espe­ra desde hace meses para una prótesis de rodilla.

 

La autopercepción de una salud deficiente es mayor en las clases sociales más bajas, lo que implica un mayor número de consultas en los CS. Las clases más altas son las que con mayor frecuencia acceden a consultas especializadas, aunque su estado de salud sea inicialmente mejor, lo que hace pensar en un uso inadecuado del sistema sanitario.

 

También varían las medidas preventivas que se adoptan con unas poblaciones y con otras. Así, atendiendo a los resultados de la Encuesta Nacional de Salud (ENSE) 2011/2012 en materia de actividades preventivas según clase social, estas varían según las clases. Se realizan más citologías y revisiones dentales en las clases altas y más mediciones de colesterol y tomas de presión arterial en las clases bajas10.Aquí se vuelve a cumplir la ley de cuidados inversos, en tanto las citologías y las revisiones dentales deberían realizarse en las clases más bajas, puesto que el riesgo de enfermedad es mayor. Además, habría que tener en cuenta que algunos de los servicios que reciben los ricos de los especialistas resultan innecesarios, y producen más daños que beneficios, de los que sobreviven por su buen estado de salud general11.

 

Volviendo a la consulta, Carmen había presentado una infección respiratoria aguda con descompensación de su presión arterial y niveles de azúcar durante el ingreso. Ahora se encontraba mejor. Estaba asintomática y sus cifras tensionales y la glucemia se encontraban dentro de los parámetros de normalidad. En el hospital habían modificado parte de su tratamiento, y al alta, la prescripción por principio activo se había transformado en una lista de marcas comerciales que ella desconocía, «pero que ahora no me puedo comprar, que tenemos que pagar parte de la medicación y anda que no son caras...».

 

La queja de Carmen se ha convertido en una situación común para muchos de nuestros pacientes. No es raro escu­char «Nos lo van a quitar todo», «Anda que no han subido el precio», o un frustrante «O me compro las medicinas, o como». Si bien la prescripción por principio activo vienen desarrollándola muchos profesionales desde hace años, la llamada «crisis» está suponiendo una modificación en las demandas de fármacos por parte de los pacientes, de la prescripción y otros actos médicos. A día de hoy no es posible saber la repercusión exacta de los recortes en los servicios públicos de salud (desiguales según territorios), de los repagos-copagos y de la disminución del estatus socioeconómico de los pacientes en el uso de los servicios sanitarios, aunque sí es posible hacer la comparativa con otros sistemas a los que se está equiparando el español para saber las terribles consecuencias para la salud derivadas de ellos. Existen datos de los múltiples estudios realizados sobre el proceso de privatización del sistema público británico iniciado en tiempos de Margaret Thatcher y se conocen también los pobres resultados en términos de esperanza de vida, bebés muertos al nacer y mujeres que fallecen durante el parto en países con alto nivel de producto interior bruto (PIB), pero con sistema privado de salud12.Tampoco podemos olvidarnos de situaciones en las que a la exclusión socioeconómica se une la exclusión sanitaria debida al efecto del RDL16/2012, que ha dejado sin cobertura sanitaria a unos 800.000 inmigrantes en situación irregular. Esto provocará (ya lo ha hecho) sufrimiento, muerte y mayor gasto sanitario final13.

 

El caso de Carmen tuvo fácil solución, en tanto se mostró satisfecha con la vuelta a sus fármacos habituales.

 

La salud en tiempos de crisis

Pilar, por su parte, vino tiempo después sola a la consulta que estaba sustituyendo. Desde la última vez que la vi habían aumentado considerablemente sus motivos de consulta. Varias visitas por diferentes dolores musculares agudos, un episodio de nerviosismo/ansiedad desde hacía varios meses y tomaba un ansiolítico de forma crónica tras una visita a urgencias del hospital por una crisis de ansiedad (la tercera en 1 mes). Según me contó, se habían reducido de forma sustancial los ingresos económicos en casa. Su marido había estado trabajando «en negro» y a ella un ERE la mantenía en casa durante días. Estos días los dedicaba al cuidado de su suegra, recientemente ingresada y de su hija pequeña, a la que ya no podían pagar una guardería. Su doble jornada la erigía, además, como pilar fundamental del cuidado de su familia.

 

En el empeoramiento de la salud de Pilar influyen varios factores, principalmente su situación familiar y laboral. Sus condiciones de vida precarizadas generan un sufrimiento que, a su vez, está desencadenando insomnio, dolores musculares, ansiedad e insatisfacción. El alto nivel de exigencia, el escaso control y el limitado apoyo social que recibe Pilar mantenidos en el tiempo provocarán una menor esperanza de vida y de peor calidad.

 

Varios estudios europeos en los lugares de trabajo demuestran cómo la salud de las personas se resiente según el entorno laboral en el que trabajan, independientemente de las características psicológicas de las personas estudiadas. En concreto, tener poco control sobre el trabajo que se realiza está estrechamente relacionado con riesgos más elevados de padecer dolores de espalda, absentismo laboral y enfermedad cardiovascular. Además, como es el caso de Pilar, la inseguridad laboral incrementa los efectos en la salud mental (ansiedad y depresión), la autopercepción de mala salud y la enfermedad cardíaca y sus factores de riesgo. Si bien el desempleo perjudica la salud, la calidad del trabajo que se realiza también es importante5.

 

En el caso de Pilar, además, se añade la «doble jornada». Los posibles beneficios de tener un empleo (en este caso, dudosos, al tratarse de un trabajo precario y poco cualificado) se podrían neutralizar ante las dificultades de conciliar vida laboral y familiar14.

 

En recientes estudios realizados en Catalunya y Euskadi con trabajadoras manuales, se ha observado que el número de personas en el hogar se asociaba con un mayor riesgo de mal estado de salud percibido, pero esto no ocurría en hombres ni en trabajadoras más cualificadas15. Estos resultados ponen en evidencia que la incorporación al mercado laboral de las mujeres supone o bien una renuncia a la vida familiar (las tasas de fecundidad han disminuido en los últimos años), o bien un intento de conciliación de vida laboral y familiar que dependerá de la capacidad de costearse los recursos necesarios. En caso de no contar con estos, la conciliación se «financiará» con la salud de estas mujeres. Menor calidad de vida, peor valoración de su salud y más tristeza en las mujeres, que se traduce con frecuencia en una mayor prescripción de fármacos (con alto consumo de psicofármacos)16, en ocasiones debida a dificultades para concretar su malestar en las consultas (por falta de tiempo, bajo nivel de estudios, etc.). Así, se medicaliza el malestar social y se «patologizan» procesos naturales que sobre todo tienen que ver con la salud sexual y reproductiva (menstruación, embarazo, parto, menopausia).

 

Las redes sociales y su influencia en la salud

Unos meses después volví a coincidir con Pilar. En parte me alegró ver una cara conocida tras mucho tiempo sin haber trabajado. Acompañaba a su suegra, que había recuperado completamente su autonomía, aunque siguiese con su patología crónica. Según me comentaron, al preguntar cómo estaban, su marido había conseguido un contrato «en condiciones» como transportista y, aunque se viesen poco, al menos el trabajo les permitía «vivir decentemente». Pilar había dejado de tomar la medicación. Tras la no renovación de su último contrato, había presentado un nuevo ataque de ansiedad; en esta ocasión no se aumentó la medicación, sino que por primera vez en la consulta le hablaron de la posibilidad de acudir a un sindicato para hablar de su situación laboral. Junto a ella fueron muchas las personas a las que no renovaron o echaron de la empresa, por lo que se estuvieron movilizando durante semanas sin apenas resultados; sin embargo, por primera vez en su vida se sentía partícipe de un proceso colectivo. Además, el tiempo libre que ahora tenía le había permitido conocer que en el barrio estaban intentando recuperar el edificio abandonado en el que había estado su instituto para construir un centro cívico actualmente inexistente para las vecinas, así que acudía mensualmente a las asambleas propuestas. Al día siguiente tenía una entrevista de trabajo.

 

En el relato de Pilar cabe destacar varias cosas. Por un lado, la desmedicalización del malestar social. Frente a un problema laboral, la solución quizás no estaba en los fármacos, sino en acudir a los recursos existentes en materia laboral. Además, a partir de la información aportada, había comenzado a formarse, a relacionarse con otras personas en su misma situación y a tejer redes que le habían dotado de una mayor autonomía y control de su vida. Durante estos meses que resultaron tan duros, se habían afianzado sus vínculos familiares, aunque ella hubiese sido el soporte principal. Estos fuertes lazos habrán influido de manera positiva en la buena evolución del estado de salud de su suegra, como así se desprende de los estudios realizados en los que se demuestra que el riesgo de muerte de las personas que son miembros de densas redes sociales es hasta tres veces menor que el de los individuos socialmente aislados, controlando por renta y otros factores, si bien se desconocen los mecanismos que median entre interacción social y salud1.

 

La influencia de las relaciones sociales en el riesgo de muerte es comparable al riesgo de otros factores conocidamente demostrados, como el consumo de tabaco o alcohol, y tiene mayor influencia que otros factores como el sedentarismo o la obesidad (tabla 2)17.

 

En el caso de Carmen, sus limitados ingresos económicos en los últimos años conllevan, como en otras personas mayores, un deterioro de la calidad de su alimentación y disminuciones de su participación social y actividad física, con consecuencias negativas para su capacidad funcional y un previsible aumento de la dependencia18. Sin embargo, mantiene un buen nivel cognitivo y es capaz para las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria. En el estudio «Envejecer en Leganés» se han revisado numerosos artículos sobre el beneficio de las redes comunitarias y las redes sociales familiares (en especial el contacto con los hijos y el mantenimiento del rol parental) en la longevidad, la función cognitiva, las discapacidades y la salud mental19.

 

Avanzar hacia la equidad en salud para unas vidas vivibles; nadie dijo que fuese fácil

Para analizar cómo afecta lo socioeconómico en la salud o en nuestra vida (teniendo en cuenta que la salud no es sino «algo» que nos permite disfrutar de la vida), son interesantes las reflexiones de la economía feminista sobre la sostenibilidad de la vida. Según Amaia P. Orozco, poner la sostenibilidad de la vida en el centro significa considerar el sistema socioeconómico como un engranaje de diversas esferas de actividad (unas monetizadas y otras no) cuya articulación ha de ser valorada según el impacto final en los procesos vitales. Aquí van ligadas varias cuestiones: cuál es esa vida cuyo sostenimiento evaluaremos, qué entendemos por vida digna de ser vivida, o de ser sostenida; y cómo se gestiona dicho sostenimiento y cuáles son las estructuras socioeconómicas con las que lo organizamos20.

 

El abordaje de la patología derivada de las condiciones socioeconómicas de nuestros pacientes pasa por estas otras cuestiones: ¿qué ocurre en la vida de nuestra paciente que origina su malestar? ¿Qué condicionantes le rodean y afectan? ¿Qué expectativas tiene nuestra paciente respecto a su vida? ¿Cómo se gestiona esta? ¿Con qué recursos contamos para atender a sus demandas (explícitas o no)?

 

En mayo de 2010, la Comisión para Reducir las Desigualdades Sociales en Salud en España, publicó su Propuesta de políticas e intervenciones para reducir las desigualdades en salud en España21. En dicho documento, a partir de la evidencia disponible, se establecen una serie de recomendaciones a la hora de abordar las desigualdades sociales en salud a partir de cinco ejes fundamentales (tabla 3): distribución de poder, riqueza y recursos; condiciones de vida y trabajo a lo largo del ciclo vital; entornos favorecedores de salud; servicios sanitarios e información, vigilancia, investigación y docencia.

En el contexto actual y en la práctica diaria, dichas recomendaciones resultan en cierta medida utópicas, si bien deben tenerse en cuenta para aplicarlas en el día a día. El trabajo en AP permite conocer la realidad de los entornos donde trabajamos: las condiciones de las viviendas de nuestros pacientes, los recursos que existen en el barrio, la existencia o no de zonas verdes, el número de escuelas y guarderías públicas, la accesibilidad y el estado de las calles, etc. Aprender a mirar el lugar donde trabajamos y viven nuestros pacientes nos permitirá complementar el abordaje de sus problemas de salud. En la consulta, la elaboración de la historia social de los pacientes (nivel de estudios, condiciones laborales, ingresos percibidos, etc.) permite conocer mejor su estado de salud-enfermedad.

 

Para recoger esta información, puede realizarse una atención o bien individual, o bien a través de procesos comunitarios que permitan realizar mapeos saludables y conocer los activos en salud de las personas a las que se atiende; esto es las riquezas, recursos que pueden ser utilizados directamente por la población para mejorar su salud o por los responsables en el diseño y ejecución de políticas que mejoran los determinantes de salud y bienestar de esta población22.

 

Resumen

Los factores socioeconómicos influyen en la salud de las personas. Las desigualdades sociales generan desigualdad en salud y aumentan el riesgo de enfermedad. Es necesario conocer las circunstancias en que viven y se desarrollan nuestros pacientes para abordar gran parte de la patología y las demandas por las que acuden a los centros sanitarios. Puesto que son muchos y diversos los factores que generan salud y enfermedad en nuestras poblaciones, todas las políticas deben considerar la salud como un eje transversal. La educación, el estímulo de redes sociales y la generación de espacios de convivencia mejorarán la salud de las personas.

 

Lecturas recomendadas

Benach J, Muntaner C. Aprender a mirar la salud. Barcelona: El Viejo Topo; 2005.

Precioso libro que conjuga extractos literarios y datos científicos para explicar el abordaje de las desigualdades en salud.

Los blogs «Salud comunitaria» (disponible en: https://saludcomunitaria.wordpress.com/) y «Salud pública y algo más» (disponible en: http://www.madrimasd.org/blogs/salud_publica/) de Rafael Cofiño y Javier Segura, respectivamente: la información actualizada y recursos disponibles en torno a la salud pública y comunitaria.

 

Bibliografía

  1. Rico A. Desigualdades sociales en salud: procesos causales y evolución reciente en Europa. Documentación Social 127 (2002).
  2. Navarro V. Las pensiones son viables. El Viejo Topo, ISSN 0210-2706, N.o 258-259, 2009, p. 23-25. Disponible en: http://www.vnavarro.org/?p=3839
  3. Commission on Social Determinants of Health. Closing the gap in a generation: Health equity through action on the social determinants of health. Geneva: World Health Organitation; 2008.
  4. Benach J, Muntaner C. Aprender a mirar la salud. Barcelona: El Viejo Topo; 2005.
  5. Wilkinson R, Marmot M. Social determinants of health. The solid facts. 2nd ed. Geneva: Regional Office for Europe of the World Health Organization; 2003.
  6. Verbrugge LM. The twain meet: Empirical explanations of sex differences in health and mortality. J Health Soc Behav. 1989;30:282-304.
  7. Tudor Hart J. The inverse care law. The Lancet. February 1971;297 (7696):405-12, 427.
  8. Simó J. Blog Salud, dinero y... Atención Primaria. Consultas médicas ambulatorias e ingresos hospitalarios en adultos según clase social en España. Mayo 2013. [Internet]. Disponible en: http://saluddineroy.blogspot.com.es/2013/05/consultas-medicas-ambulatorias-e.html
  9. Fernández E, Benach J, Borrell C. El papel de promoción de la salud para hacer frente a las desigualdades en salud. Documentación Social 127 (2002).
  10. Simó J. Blog Salud, dinero y... Atención Primaria. Prácticas preventivas en adultos segun clase social, ¿prevención de ricos y prevención de pobres? Mayo 2013. [Internet]. Disponible en: http://saluddineroy.blogspot.com.es/2013/05/practicas-preventivas-en-adultos-segun.html?showComment=1369075258358#c2265511891537599796
  11. Gérvas J, Pérez Fernández M. Sano y salvo (y libre de intervenciones médicas innecesarias). Barcelona: Los libros del Lince; 2013. p 74.
  12. Navarro V. Repercusiones sociales de la crisis global. [Internet]. Disponible en: http://www.vnavarro.org/?p=3416
  13. Basora Gallisà J, Tranche Iparraguirre S y Junta Directiva de la semFYC. ¿Podemos los profesionales cambiar decretos? AMF. 2012; 8(11):604-5.
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  20. Orozco A. De vidas vivibles y producción imposible. Enero 2012. [Internet]. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144215
  21. Comisión para Reducir las Desigualdades Sociales en Salud en España. Avanzando hacia la equidad. Propuesta de políticas e intervenciones para reducir las desigualdades en salud en España. Madrid: Ministerio de Sanidad y Política Social. Gobierno de España. Mayo 2010.
  22. Cofiño R. Mapa de activos en salud en La Luz (Avilés). [Internet]. Disponible en: http://saludcomunitaria.wordpress.com/category/activos-en-salud/

AMF 2013; 9(7); ; ISSN (Papel): 1699-9029 I ISSN (Internet): 1885-2521

Comentarios

David 23-04-14

El artículo está genial. Suscribo todo. Os dejo el enlace a un artículo que acabo de escribir en mi blog sobre los mecanismos biológicos que conectan nuestro estado paicoafectivo con la enfermedad, la regulación del sistema nervioso, endocrino e inmunológico. Psiconeuroinmunologia. Un saludo http://www.drlopezheras.com/2014/04/psiconeuroinmunologia-claves-conexion-cuerpo-mente.html

Patricia 02-09-13

M.Pilar y Luis, muchas gracias por los comentarios y aportaciones.

Luis Emilio 30-08-13

EXCELENTE TRABAJO ,NOS RECUERDA QUE LA SALUD VA LIGADA AL ENTORNO EN QUE SE DESENVUELVE NUESTROS PACIENTES ,POR LO CUAL DICEN QUE EXISTEN ENFERMEDADES DE LA CLASE POBRE Y DE LA CLASE RICA(O CON MEJORES INGRESOS ECONOMICOS )

Mª Pilar 11-08-13

Estimad@s compañer@s: agradeceros esta llamada de atención sobre la realidad que atendemos, tan bien presentada y apoyada. Un editorial reciente de la revista sobre "Los que no vienen a consulta" se suma al recordatorio. Vuestro texto me aproxima a esa zona de Zaragoza que tambien conozco. Me quedo con la Tabla 2 sobre "Consejos para una mejor salud (desde perspectiva DSS" como impactante. Por aportar algo, sobre los mecanismos que median entre itneracción social y salud: Holt-LustadJ et al. Social relationships and mortality risk: a meta-analitic review. PLoS MEd 2010; 7(7)MUCHAS GRACIAS!! y un abrazo, Pilar Arroyo

Patricia 11-08-13

La verdad es que no tenemos una respuesta a tu pregunta concreta...Lo importante son las tendencias generales. La clase social es un factor que va ligado o otros muchos factores socio-económico-culturales y de género y eso puede provocar que en ocasiones las tendencias no sean lineales. En todo caso, en ese grupo hay un desajuste relativo en salud excelente o muy buena pero no en mala regular donde la tendencia en las 5 clases sociales se mantiene.Te recomendamos también el libro de Wilkinson y Pickett "Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad"en el que hablan de que muy a menudo existe lo que llaman “éxito material, fracaso social"(connseguir cierto estatus supondría disminuir relaciones sociales, familiares y en consecuencia empeorar la salud)Puedes ver este vídeo en: youtube http://youtu.be/zYDzA9hKCNQ y su web http://www.equalitytrust.org.uk/. 

Jose 07-08-13

En la figura 1 (salud percibida según clase social) me llama la atención cómo los hombres de la clase social II, perciben su salud peor que los de la clase III. Sabéis a qué es debido?. Por lo demás, un excelente trabajo, muy próximo y entrañablemente narrado. ¡Enhorabuena Pati y Luis!